Mientras prosiguen las negociaciones para que cese el fuego en la franja de Gaza, empieza el debate acerca del futuro del territorio palestino. Está claro que una de las principales preocupaciones de Israel, ha sido el de acabar con la capacidad destructiva de Hamás, y de demostrar, mediante la fuerza, a los que sueñan con la destrucción de Israel, que no tienen ninguna posibilidad de alcanzar sus objetivos, y que si siguen lanzando cohetes sobre la población civil israelí, el ejército hebreo tiene la capacidad y la voluntad de responder, y si es necesario, con 'desproporción'.
De todas formas, otro temor clave, y probablemente la principal razón por la que Israel ha actuado en una ofensiva de alto riesgo y de cuestionable eficacia, y con el 'casi' apoyo del mundo árabe-, a veces dicen menos las palabras que los silencios-, es que Gaza se convierta en una especie de anexo de Irán capaz de convertirse en base para el peor fundamentalismo islámico y un nuevo factor de inestabilidad en la región. Ni Jordania, ni Egipto, ni Arabia Saudí, quieren que el Presidente de Irán, Ahmud Ahmadineyad, alcance su sueño de extender su poder y influencia por todo Oriente Medio. En este sentido, al margen del enorme sufrimiento en ambos lados de este conflicto, Israel hace el trabajo sucio- y asume la culpa y la responsabilidad, siempre ha sido así-, en una ofensiva que desearían tanto Europa como Estados Unidos, pero que no pudieron ejecutar después del desastre de la Guerra de Irak, que ha reforzado la oposición de sus respectivos votantes a cualquier posibilidad de ampliar aún más el campo de batalla en Oriente Medio.
Pues, si con este duelo Israel logra acabar, al menos en parte, con el tráfico de armas entre Egipto y el territorio controlado por Hamás, y se acuerda la presencia (ya veremos si Hamás permite que dicha presencia sea permante) de monitores internacionales para controlar el cumplimiento de los acuerdos de paz, el éxito aún no estaría logrado si a continuación fueran los iraníes los que se colocaran la medalla de la reconstrucción en Israel. En algunos medios se ha sugerido que una manera de alcanzar este objetivo sería mediante la canalización de dinero a través de Al Fatah para ayudar a este grupo palestino moderado a recuperar su prestigio en Gaza. De todas formas, según comenta el editorial del Jerusalem Post, la continuada corrupción y su demostrada ineficacia a la hora de administrar Gaza hace pensar que ésta tampoco sería la mejor solución.
Por muy necesario-, que no digo 'justo'-, que haya sido esta campaña bélica, la imagen internacional de Israel está ahora por los suelos, y tardará tiempo en recuperarse. El Ministerio de Exteriores israelí, mientras tanto, ya está preparandose para un final de la Guerra tras la cual iniciará otra batalla en dos frentes para transformar esta imagen negativa en occidente, y para participar en el proceso de reconstrucción de Gaza de manera que las nuevas generaciones de palestinos no deseen con aún más pasión acabar con Israel. No será el único país en mover ficha. Los Emiratos Árabes Unidos ya han demostrado su voluntad de colaborar, todo con tal de evitar que Irán se gane la medalla de la reconstrucción entre la población de Gaza, de todas formas el primer reto después de que explote la última bomba, será gestionar este proceso de manera que se logre una paz duradera, y el mínimo de esperanza para el futuro de Oriente Medio.
viernes, 16 de enero de 2009
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