viernes, 10 de mayo de 2024

El conflicto en Israel y Gaza no es una guerra cultural: dejad de dibujarlo como si lo fuera

En la actualidad, cualquier tema de debate parece estar enmarcado en la “guerra cultural”. La objetividad y el razonamiento han dado paso a una polarización extrema, donde las posiciones se toman no en función de argumentos sólidos, sino más bien como si se tratara de un partido de fútbol. La identidad personal y las afiliaciones culturales influyen en la posición que uno debe adoptar.

El Conflicto en Oriente Medio

El conflicto entre Israel y Palestina ha sido especialmente afectado por esta dinámica. Ambos lados buscan adeptos no tanto por sus acciones, estrategias o metas, sino por la identidad que representan. Esto ha llevado a situaciones absurdas, como la creación del movimiento de Transexuales por Palestina o la defensa de la estrategia militar de Israel basada en argumentos como “somos la única democracia en Oriente Medio” o “en Palestina no toleran a los homosexuales”.

La Trampa de las Redes Sociales

Aunque esta polarización parece funcionar en las redes sociales, tiene una debilidad fundamental. Las guerras culturales no se ganan; más bien, perpetúan la división. Los países que se han polarizado de esta manera a menudo terminan con elecciones reñidas cada cuatro años. Los gobiernos resultantes, aunque obtienen una mayoría mínima, excluyen a la otra mitad de la población y generan un gran descontento durante su mandato.

Convencer a la mayoría silenciosa

Recurrir a esta crispación para argumentar a favor de un postulado recuerda el antiguo refrán: “No discutas nunca con un idiota, o acabarán pensando que el idiota eres tú”. La mayoría silenciosa, compuesta por personas que se horrorizan tanto por los eventos del 7 de octubre en Israel como por lo que está ocurriendo en Gaza en la actualidad, observa con incredulidad cómo algunos defienden la actuación de Israel con argumentos superficiales. Por ejemplo, se menciona que “Israel defiende a los transexuales” como si eso justificara cualquier acción en nombre de la democracia liberal. Al mismo tiempo, Hamás, una organización que aterroriza a su propia población y muestra poco respeto por la vida de niños, ancianos y jóvenes, desfila con movimientos LGTBIQ+ en universidades europeas y norteamericanas.

La Búsqueda de la Razón en un Mundo Caótico

A pesar de la locura que parece haberse apoderado del mundo, debemos seguir defendiendo la razón. Israel tiene motivos legítimos para continuar su lucha contra Hamás, comenzando por su deber de proporcionar seguridad a su población. Sin embargo, no es un blanco perfecto y no merece todos los ataques que recibe de aquellos que piensan que están del lado correcto. Israel no es un genocida, no viola el derecho internacional ni ataca indiscriminadamente a la población civil. Aun así, algunas de sus defensas suenan a cliché.

La Responsabilidad Compartida en las Guerras

En las guerras, siempre hay responsabilidad tanto en quien lanza las bombas como en quienes las sufren. Las llamadas de aviso a la población para evacuar, aunque en teoría son válidas, pierden credibilidad cuando la franja de Gaza ha sido devastada y no queda un lugar seguro al que huir. Hamás comparte gran parte de la culpa, pero no podemos ignorar la responsabilidad de quienes toman decisiones militares.

Convencer a los Actores Racionales

La tarea no es convencer a los trolls de Twitter, sino a líderes como Biden, Sunak y Macron. Estos actores racionales conocen la realidad en Israel y Oriente Medio, pero también deben responder ante sus electores. Necesitan argumentos sólidos para justificar su apoyo a Israel. Las imágenes de la masacre del 7 de octubre pueden no ser suficientes para persuadirlos.

El Futuro y la Diplomacia

No es justo comparar la situación de mujeres y gays en el mundo árabe con un hipotético estado palestino. No todos los palestinos son Hamás, y la cultura palestina no es tan radical como la de los Ayatolás. Hace años, era posible imaginar una Palestina libre y liberal, pero los regímenes autoritarios de la región no estaban interesados en esa idea.

La normalización de relaciones entre Israel y países árabes moderados, como Emiratos y Arabia Saudí, es clave para la paz y la prosperidad futura. Hamás e Irán intentaron socavar esos acuerdos con su ataque brutal a Israel. A pesar de todo, los países musulmanes moderados desean que Hamás sea derrotado, pero también deben considerar la opinión pública y evitar un exceso de violencia en Gaza. La diplomacia debe trazar una hoja de ruta para la posguerra, sin un reconocimiento inmediato de dos estados, de momento inviable, pero con un horizonte más positivo, y que se entienda que el objetivo de Israel no es acabar con los palestinos sino  acabar con Hamás y poder avanzar como sociedad sin tener que esconderse cada 10 minutos en los refugios.


martes, 19 de marzo de 2024

Is Madrid (or Barcelona) really on a par with Tel Aviv?

In the Chueca neighborhood, the liberal Madrid hang-out par excellence, there is a restaurant that from the outside could be any other. A modern and bright place, with large windows facing the street, like so many others in this area of the capital. However, upon entering to ask for a table, it quickly becomes apparent that you are actually in one of the few kosher restaurants in the city. It is important to clarify that it is not the only one, although I do not know of any with such a youthful atmosphere, in which it says on a blackboard, "Welcome to Tel Aviv", as if to remind you that its cultural reference is the open, diverse, multicultural, tolerant and secular life of the Israeli city. While trying what must be the best hummus in Spain along with a delicious aubergine dish, the question popped up, could Tel Aviv be in Madrid?


Madrid stands as a cosmopolitan beacon, boasting an autonomous government that aligns itself as a staunch supporter of Israel. This contrasts with the central government's approach, which appears to balance its stance to appease its far-left partners. Despite attempts by some to negate this, Spain historically has seen a significant decline in its Muslim and Jewish populations.

Spain acknowledges a historical obligation to these communities, having exiled them in the same year it embarked on its American adventures. Recent efforts to redress this have been directed towards Sephardic Jews through an invitation to acquire Spanish nationality, albeit in a restricted manner due to stringent eligibility criteria.

Drawing parallels to Israel's establishment as a sanctuary for Jews and Arabs alike, one might be drawn to envision Spain evolving into a spiritual homeland for the descendants of the Sephardim and Berbers, reconnecting them with their ancestral lineage.

Certainly, the notion presented is more hypothetical than practical. Present-day Spain finds itself, according to some metrics, among the European nations grappling with anti-Semitic sentiments, and it also seems to lack the collective will or means to assimilate a substantial Muslim demographic. This observation serves as a pointed critique aimed at both the anti-Semitic factions of the left and the Islamophobic elements of the right.

The historical tapestry of Spain is rich with intrigue, notably its celebration of the "Reconquista" - the transformation of an Arab dominion into a Christian kingdom. This was achieved through the efforts of the Catholic Monarchs who either expelled or converted the Islamic and Jewish inhabitants. These events, which unfolded over five centuries ago, have left an enduring imprint. In contemporary Spain, a mere 2 percent of the populace adheres to non-Christian faiths. In retrospect, Ferdinand and Isabella's legacy in establishing a Christian stronghold endures to this day. 

Today's Spain emerged from a tumultuous history of expulsion, while Israel was born from the aspirations of those fleeing persecution, securing land through legitimate means and establishing a nation under the auspices of the United Nations on territory previously under British rule. The onset of violence was a response to aggression from neighboring Arab states intent on the new state's destruction.

Paradoxically, despite the historical connections, many Spaniards find it perplexing to witness the flourishing of a Jewish state on lands that had been taken from them many centuries ago. This mirrors the situation in Spain, where, by similar reasoning, the land is steeped in a complex history of ownership. This reality resonates with radical Islamist factions who harbour ambitions of reclaiming Al Andalus, echoing the stance of groups like Hamas that lay claim to the expanse from the Jordan River to the Mediterranean Sea.

It is conceivable that the Spanish reluctance to welcome back Jewish communities stems from a concern that it would precede a similar return of Muslim populations, potentially altering the religious demographic balance significantly. Critics of Israel may overlook the irony in deeming it anti-Islamic, given its diverse society, which stands in stark contrast to Spain's less varied religious landscape. The threat of extremism is not unique to any one nation, and the challenges faced by Israel today could be mirrored elsewhere tomorrow. The key is not opposition to Islam but the cessation of extremist factions like Hamas and the current Iranian regime, paving the way for peaceful coexistence among Jews, Muslims, and Christians in the Middle East.

Spain, in contrast, does not stand out as a paragon of religious openness. There is a journey ahead for the country to match the level of inclusivity and tolerance found in Israel, and to merit a city with the vibrant and welcoming spirit of Tel Aviv.


lunes, 18 de marzo de 2024

¿Está Madrid (o Barcelona) a la altura de Tel Aviv?

En el barrio de Chueca, recoveco liberal madrileño par excellence, hay un restaurante que desde fuera podría ser cualquier otro. Un local moderno y luminoso, con grandes vitrinas que dan a la calle, como tantos otros en esta zona de la capital. Sin embargo, al entrar a pedir mesa uno se da cuenta de que en realidad se encuentra en uno de los pocos restaurantes kosher de la ciudad. Es importante matizar que no es el único, aunque no conozco a ninguno con un ambiente tan juvenil, en el que reza en una pizarra, "Welcome to Tel Aviv", como para recordar que su referente cultural es la vida abierta, diversa, multicultural, tolerante y laica de la ciudad israelí.


Mientras probaba lo que debe ser el mejor hummus de España junto con un plato riquísimo con berenjena, me saltó la pregunta, ¿podría estar Tel Aviv en Madrid?

La pregunta hay que explicarla. Madrid es, sin duda, una ciudad abierta al mundo y tiene la suerte de tener un gobierno autonómico que, aunque falla en algunas áreas, se presenta como un fiel aliado de Israel, a diferencia del gobierno central, que parece jugar a dos bandas para mantener contentos a sus aliados de extrema izquierda. Sin embargo, por motivos históricos, aunque algunos en la extrema derecha lo quieran negar, España es un país con una gran escasez de musulmanes, y de judíos.

España, en general, tiene una deuda histórica con ambas comunidades, al haberlas expulsada el mismo año que se lanzó a colonizar el continente americano. De todas formas, en los últimos años sus gobernantes solo han ofrecido una reparación a los judíos sefardíes, y en muy escasa medida teniendo que los requisitos dejaban fuera a gran parte de los que buscaban atraer.

De la misma forma que se creó el estado de Israel como hogar para los judíos -y también árabes-, ¿podría España ser algún día el Jerusalén de los antecedentes de los sefardíes -así como de los descendientes de los bereberes- que buscan retornar a sus raíces?

Por supuesto, no va a ser así. Plantear la posibilidad es esencialmente retórico. Hoy en día España figura en las estadísticas como uno de los países más antisemitas de Europa, y tampoco se notan muchas ganas -o capacidad- de integrar a una gran población musulmana. Una crítica que es un dardo tanto para la izquierda antisemita como para la derecha islamófoba.

Las curiosidades no acaban allí. La historia de España es la de un país que celebra la "reconquista" de Al Andalus, con la que se logró transformar un país árabe en uno cristiano, y que para ello, obra de los Reyes Católicos, expulsó o obligó a convertir a la población islámica y judía. Hablamos de sucesos que acontecieron hace medio milenio, sin embargo, el legado sigue. Hoy día apenas el 2% de la población profesa una religión no cristiana. En definitiva, Fernando e Isabel tuvieron bastante éxito en su día construyendo un hogar para los cristianos.

Si la España actual es producto de una expulsión violenta, la de Israel es, en cambio, la de unos soñadores que buscaban huir de un mundo que les exterminaba, que fueron comprando tierras de manera completamente legítima, y que acabaron formando su estado bajo un mandato de Naciones Unidas, en tierras que anteriormente fueron colonizadas por los británicos. Solo surgió la violencia cuando todos sus vecinos árabes en su conjunto se lanzaron al ataque con la misión de destruir el nuevo estado.

Salvando las diferencias, pues, resulta algo incoherente la incomprensión por parte de muchos españoles hoy en día al ver como es capaz de prosperar un país judío en tierras que le fueron conquistados muchísimos siglos antes. Porque en España también vivimos en tierras que según la misma lógica, no son nuestras. Y este hecho no pasa desapercibido entre el islamismo radical, que sigue soñando con recuperar Al Andalus, de la misma forma que los de Hamás quieren rebatir a Israel toda la tierra entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo.

Me aventuro a sugerir que quizás no quieran que vuelvan los judíos porque saben que les seguirán los musulmanes, y que ese porcentaje del 2% se convierta en algo así como 26%, como actualmente es el caso en Israel. Porque sí, critican a Israel, sin darse cuenta de lo absurdo que es tachar a Israel de anti-islámico cuando, salvando las penurias que ahora sufren los israelíes en el contexto del actual conflicto bélico, es hoy un país mucho más heterogéneo que España. Es este punto no hay comparación. Y si hoy es blanco del terrorismo más radical, también lo podría ser España mañana. Pero eso no es ir contra el Islam. Hay que acabar con Hamás y el actual régimen de Irán para que judíos, musulmanes y cristianos puedan convivir en un pequeño espacio de Oriente Medio.

Y en España no estamos para darles lecciones. En definitiva, nos queda un buen trecho para convertirnos en un país tan abierto y tolerante como hoy lo es Israel, y para merecer en España una ciudad como Tel Aviv.

martes, 12 de marzo de 2024

Sepharad-washing - Spain's official attempts to "recover" its Jewish past are barely reflected in the country's modern day reality

In Spain since the transition to democracy there has been a conscious effort to recover the country's Jewish past. The result of this is the network of  medieval Jewish quarters which can be visited in cities as diverse as Toledo, Alcalá de Henares, Córdoba  and Granada. Besides restoring ancient synagogues such as El Tránsito in Toledo, the streets have been landscaped with Jewish symbols even on the cobble stones as a means of attracting tourism.



This is however little more than a Disney World of Jewishness. A previous government established the Centro Sefarad in Madrid, where exhibitions, round tables and other events are held to discuss the country's Jewish past and present. I've been to one of these events and while there was a very big audience of people defining themselves as "allies of the Jews" or "allies of Israel", there was a distinct absence of Jews. Despite that,  you had to arrive early to get past the airport type security to get into the building. Even gentiles seem to need security to discuss matters Jewish in Spain.

Madrid's Sephardi synagogue is a closed affair. The building has a permanent police presence and to even get on the community's mailing list, you need to send them your official ID and then make an appointment on a specific date or time to formally register yourself . This isn't just for security. So little is known about the Jewish community that journalists often try to turn up to research their customs and traditions and the resulting coverage can often be ill informed, patronising or both. I read an article a few years ago in El País, in which the reporter seemed to be more interest in how Jewish people got their children circumcised. So few people even have knowingly met a Jewish person and a lot of myths still abound. 

It seems a large part of the current Sephardi community in Madrid is of Moroccan origin, however there are also an increasing number of secular Argentinian Jews in Madrid and Barcelona. Immigration in recent years has led to liberal, reform and conservative synagogues springing up, however these are entirely hidden, in appartments, and in one case meeting up almost secretly at a cultural centre on Shabbat. A growing number of Spanish people are converting and there is a Jewish school in the suburbs of the city. However most Jewish people one meets don't practice and few keep the halakha.

Judaism is still very much a mystery in Spain, and its past is a quaint tourist attraction. Interestingly, when in 2015 Spain introduced a right of return for the historic Sephardic community, scant attention was given to how their culture and traditions were wiped not just from Spain's present but also from the country's memory. One of the conditions of acquiring nationality was to demonstrate some kind of cultural or social affinity to modern Spain. Clearly, many potential candidates nowadays have little connection to the country or the much confected history of the place that is in modern Spaniards' collective imagination. Spanish embassies and consulates in countries like Turkey are trying to reestablish a connection with the Ladino community, however much of this is a Jewish equivalent of greenwashing. Nowadays few Jews consider emigrating to Spain and many who claimed nationality did it more to get a passport to Europe than as a means of moving to Spain.

Modern day Sepharad is barely a work in progress.

lunes, 11 de marzo de 2024

Why labelling events in Gaza a "holocaust" is fake news and terribly offensive to Jews

We continue to contemplate horrific images from the battlefield, as Israeli troops advance in their mission to wipe out the Hamas terrorist organization. That these images affect us is what makes us human. We cannot look the other way when we see the suffering of so many people who have lost their homes and livelihoods and who are trapped, unable to escape the strip, either in the direction of Israel or even towards Egypt, a country of which, until 1967, Gaza was a part.

To observe this suffering and to respond by calling on Israel to stop this war is not anti-Semitic. I can’t recall any war this century, in which Western countries have intervened, in which there has not been a significant part of society opposed to the intervention. Even in the most recent case of the war in Ukraine, many, especially on the left, opposed and continue to oppose sending weapons to the victim of Russian aggression. And while such a stance seems to me highly misguided, it is a reasonable manifestation of an intransigent pacifism. And calling for peace is not a crime. Quite the opposite.

Nor can we turn a blind eye to the numerous objective reasons to criticise the current Israeli government, led by Binyamin Netanyahu, for its own contribution to this situation. One needs to go no further than read Israeli opposition newspapers such as the prestigious Haaretz to see that such criticism is not the exclusive preserve of voices from outside Israel and to appreciate that opposing this war is not the same as wishing for the extermination of the Jews. The Israeli prime minister bears a clear responsibility for failing to protect the country from the October 7 pogrom, in which 1,200 Israelis were killed and 242 kidnapped; for courting the far right in the country; and for sowing discord in society thus providing the enemy with a pretext to believe this to be the most suitable time to launch an attack.

Furthermore, we are undeniably witnessing a humanitarian catastrophe in Gaza that is difficult to quantify, and that will have long-term consequences for the region and the world. The images show us that the territory has been razed to the ground. The civilian population lacks houses, basic supplies, schools, hospitals... in an endless succession of tragedy and despair.

However, despite all this horror, and the natural instinct to use language to try to describe the indescribable, talking about a "holocaust", as I see every day on social networks, is not only fake news but also a horrendous offence, both to ordinary Israelis, as rightful citizens of their country, and to the wider Jewish community. The reasons are many, and I will try to enumerate some of them here:

First, let's try to define what we mean when we use the word, "holocaust." The term refers to Adolf Hitler's partially successful attempt to exterminate the entire Jewish population from the face of the earth. The Jews posed no threat to anyone. Not to Germany, nor to any other country in the world. As in so many other moments in history, the Jews were used as a scapegoat, blamed in this case for all the ills suffered by Germany in the 1930s, after the hardships suffered by the country following the Treaty of Versailles.  and later by the impact of the Great Depression. The extermination of six million Jews—about half of those living in the world at the time—was not based on any reason beyond the deranged ideology of the author of Mein Kampf.

The suffering of the Jews in the Holocaust was by no means an isolated event in history. Since the Middle Ages, numerous pogroms have been documented against the Jews, who were cruelly murdered, expelled from their countries, as happened in Spain at the hands of the Inquisition, and accused of absurd blood libels, such as having "killed Christ". Such slurs were often used in retaliation when they sought to recover the loans they had granted, in a perfectly legitimate way,  to people of power. And the guilt felt by Germans and Europeans after the end of World War II and the creation of the State of Israel as the national home for Jews was not the end of it either. It is worth reminding that when Israel had not even finished counting the dead of the October 7 attack, and had not launched a single missile into Gaza, the number of violent attacks on Jews in the capitals of much of the Western world skyrocketed.

When analysing the Israeli response in Gaza, clearly it does not bare even the slightest resemblance to the Nazi Holocaust. Let's document some facts:

1.      While the Nazis' "justification" for the Holocaust was based on fiction, the actions of the Israeli Defence Force are in retaliation for an attack that aimed, like others in the second half of the last century, at destroying the state of Israel. Funded by Iran, and with allies such as Hezbollah in Lebanon or the Houthis in Yemen, this has been its clearly stated goal. The justification for the reaction is therefore based on fact. It is about defending Israel, a country in which 50% of the world's Jewish population lives today, and whose population is increasing even now when it is under threat, because Jews who lived in other parts of the world feel more in danger in the countries in which they live, where anti-Semitism and violent attacks on their homes and businesses are on the rise.

2.      When comparing Israel's response with other retaliatory actions for terrorist or military actions over the last century, it would appear to be perfectly proportional. The September 11 attack in New York did not pose an existential threat to the United States, but it did lead to the invasion of Afghanistan and the Iraq War. These two conflicts were highly questioned by international public opinion, and neither was resolved satisfactorily. As dramatic as those attacks were, the death toll was 2,996 people in a country of 331.9 million. In Israel, lest we forget, 1200 people died out of a population of just over 9 million. The vast majority of the world's Jews knew either directly or indirectly someone who was viciously murdered, raped, kidnapped, or all three together, on that fateful day in 2023. It was, without a doubt, not only a heinous crime but also an existential threat to the country.

3.      The justification for wiping out Hamas terrorists is not only based on the events of October 7. The mere presence of a neighbour who promises to put an end to your existence, who indoctrinates children in their schools and colleges in hatred of the Jews, who launches missiles daily at Israel, and who sows its territory with an immense labyrinth of tunnels whose length is greater than the sum of the Parisian subway and the London Tube,  in order to hide its forces and weapons and enter Israeli territory, creates a situation of daily terror in Israel that has barely been touched upon in the Western media. Unsurprisingly, more than 23 percent of adult Israelis suffer from post-traumatic stress from living continuously amid the Hamas rockets. Little is said about it because the Israeli defence system is so effective against missiles - the Israelis, unlike the Gazans who have no shortage of aid money and have received billions from the Israeli Government itself - invest in their own defence. However, waking every morning in the knowledge that you are still alive thanks to an air defence system is not sustainable over time in any democratic country.

4.      As reprehensible as the Netanyahu government and its coalition partners are, and they are for many reasons, the strategy in Gaza is being executed by a capable war cabinet, following the formation of government of national unity, in which yes, there are extremist voices, but those who call the shots are people with great knowledge of conflicts and who are complying with standards they have always upheld. It took several days for the intense bombardment to begin, during which time they maximized the pressure on the Gazan authorities, -aka Hamas-, to return the hostages peacefully. In fact, it would perhaps have been sufficient for Hamas to accede Hamas to these demands for us to have avoided the situation we are in now. And Israel, when it bombs, warns the civilian population like no other army in the world by dropping leaflets from the air and other measures that, while those so far away from the horrors of war, may not think count for much but which do, in fact, make a difference. Reputable data – in contrast to the figures provided by Hamas.  suggest that the number of civilian casualties as a proportion of the total is considerably lower than the figures for other comparable conflicts.

5.      No civilian casualties in Gaza have been intentionally caused by Israel. Such is not the case, however, of the Hamas terrorists, who use civilians as shields in tunnels, and build "hospitals" whose use is anything but to care for the sick. It is striking that a country that many Western media define as an open-air prison 32 hospitals for a population of 1 million. Well, many of them were used only as a base to hide weapons, as a refuge for terrorists and as a very useful public relations tool to unleash a fierce international reaction every time Israel - or Hamas itself, as in the case of the al-Ahli hospital, in whose courtyard a Hamas missile fell on October 17 - entered one of these supposed health centres with its troops.

6.      The main culprit for the catastrophe is Hamas, which aims to achieve as many casualties as possible to delegitimise Israel. And its strategy is working, as was to be expected from the start. Israel is losing support in the international community and has had to bow to European and U.S. pressure, first agreeing to a truce last November and now showing greater caution in the final weeks of the conflict. These measures do not always aid them in the pursuit of their objectives and could even prolong the conflict. Israel allows all necessary humanitarian aid into Gaza. It is another matter for Hamas not to allow this aid to reach the civilian population. Now they are trying to launch the aid from the air. Of course, as good or bad as it is as a strategy, these are not the kind of tactics you would expect a country seeking to obliterate the population of Gaza.

Israel, like any other democratic country, and even more so given the current state of the world, has its virtues and its defects. Netanyahu is not a prime minister I would even wish on my worst enemy, and his many shortcomings are compounded by his willingness to make deals with whomever it takes, and if necessary, with the Devil himself, as a means of staying in power. In this sense, he is somewhat reminiscent of a prime minister that we have closer to home, even if the latter is from the left. Gaza is suffering from a terrible humanitarian crisis, and if Netanyahu had done away with Hamas earlier by other means, perhaps we would be in a very different situation today.

Wars are always horrific. There is no humanity in war, no matter how much one tries to minimise the suffering. However, if this war were not fought now, it is hard to imagine where we would be a few years down the line, with a nuclear Iran and terrorist infrastructures in Gaza even more complex to navigate. The aim of this post is not to defend or convince anyone that one strategy or another is the right one, or what other tactics could have mitigated the suffering of the Palestinian people the most. Jews and Arabs need to learn to live together. Today it is even more difficult than ever to imagine such a result, although just in the days leading up to the Hamas massacre in southern Israel, the rapprochement between Israel and Saudi Arabia seemed to offer a glimpse of such a scenario. Today, peace is farther away than ever. It’s important to understand that reality. But resorting to anti-Semitic language and to weaponise the word "holocaust" against Israel and the Jews in the context of the Gaza war is intolerable and shows an unbearable level of ignorance of the situation in the Middle East and Israel's role in the conflict.

domingo, 10 de marzo de 2024

Por qué llamar “holocausto” a lo que está ocurriendo en Gaza es tan falso como lo es ofensivo a los judíos

Nos siguen llegando imágenes horrorosas del campo de guerra, a medida que avanzan las tropas israelíes en su misión de acabar con la organización terrorista Hamás. Que estas imágenes nos afecten es lo que nos hace humanos. No podemos mirar para otro lado al ver el sufrimiento de tantas personas, que han perdido sus casas y medios de subsistencia y que están atrapados, sin poder salir ni hacia Israel, ni siquiera hacia Egipto, país del que, hasta 1967, la franja formaba parte.

Observar este sufrimiento y reaccionar, reclamando a Israel que pare esta guerra, no es antisemita. No recuerdo ninguna guerra en este siglo, en el que hayan intervenido países occidentales, en los que no haya habido una parte importante de la sociedad opuesta a la intervención. Incluso en el caso más reciente la guerra de Ucrania, mucha gente, -ante todo de la izquierda- se opuso y se sigue oponiendo al envío de armamento al país atacado. Una posición que, aunque me parece muy equivocada, es razonable como manifestación de un pacifismo intransigente. Y pedir la paz no es un crimen sino todo lo contrario.

Tampoco podemos negar la existencia de numerosas razones objetivas para criticar al actual gobierno israelí, liderado por Binyamín Netanyahu, por haber contribuido a que lleguemos a esta situación. Sin ir más lejos, solo hay que leer diarios opositores israelíes como el prestigioso Haaretz para ver que estas críticas no llegan exclusivamente de voces extranjeras y para entender que oponerse a esta guerra no es lo mismo que desear el exterminio de los judíos. El primer ministro israelí tiene una responsabilidad clara, por haber fallado a la hora de proteger al país ante un pogromo como el sufrido el 7 de octubre, en el que murieron 1200 personas israelíes y 242 fueron secuestrados, por haber cortejado a la extrema derecha en el país, y por haber sembrado una discordia en la sociedad que permitió al enemigo creer que era un momento oportuno para atacar.

Y es incontestable afirmar que en este momento estamos presenciando una catástrofe humanitaria en Gaza de unas dimensiones difíciles de cifrar, y que tendrá consecuencias a largo plazo para la región y el mundo. Las imágenes nos muestran que el territorio ha sido arrasado por los bombardeos. La población civil carece de casas, suministros básicos, colegios, hospitales… Es un suma y sigue de tragedia y desesperación.

Sin embargo, y más allá de esto, y de todos los adjetivos que se puedan utilizar para describir la situación, hablar de “holocausto”, como veo estos días en redes sociales, es un despropósito y una terrible ofensa, tanto a Israel como país de plenos derechos, como hacia la comunidad judía. Las razones son muchas, e intentaré enumerar aquí algunos de ellos:

Primero intentemos definir a qué nos referimos cuando utilizamos la palabra, “holocausto”. El término se refiere al intento, en gran parte logrado, de Adolf Hitler de exterminar a toda la población judía de la faz de la tierra. Los judíos no suponían ninguna amenaza a nadie. Ni a Alemania, ni a ningún otro país del mundo. Como en tantos otros momentos de la historia, se utilizó a los judíos como chivo expiatorio al que se culpó de todos los males que, en este caso, padecía Alemania en los años 30 del siglo pasado, tras las penurias sufridas por el país como consecuencia de las reparaciones que tuvo que pagar a los países aliados por su derrota en la Primera Guerra Mundial, y posteriormente por el impacto de la Gran Depresión. El exterminio de seis millones de judíos -aproximadamente la mitad de los que vivían en el mundo en aquel tiempo- no se fundamentó en ninguna razón más allá de la ideología trastornada del autor de Mein Kampf.

El padecimiento de los judíos en el Holocausto no fue en absoluto un hecho aislado en la historia. Desde el medievo están documentados numerosos pogromos contra los judíos, que fueron asesinados cruelmente, expulsados de sus países, -como ocurrió en España a manos de la Santa Inquisición-, y señalados como responsables de cosas tan absurdas como haber “matado a Cristo”, muchas veces como represalia por querer recuperar los préstamos que habían dado, de manera perfectamente legítima, a personas de poder. Y la culpa sentida por los alemanes y los europeos tras el final de la II Guerra Final y la creación del Estado de Israel como hogar nacional para los judíos no fue tampoco el punto final. No es baladí que cuando Israel ni siquiera había terminado de contar a los muertos del ataque del 7 de octubre, y no había lanzado un solo misil hacia Gaza, se disparó el número de ataques violentos a judíos en las capitales de gran parte del mundo occidental.

Pero mirando el caso concreto de la respuesta israelí en Gaza, está claro que no hay la más mínima semejanza con el Holocausto del Siglo XX. Documentemos algunos hechos:

1.     Si bien la “justificación” del Holocausto por los nazis se basó en una ficción, las acciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes son una represalia por un ataque que tenía como objetivo, como otros que ha habido a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo, destruir el estado de Israel. Financiado por Irán, y con aliados como Hizbulá en Líbano o los hutíes de Yemen, este ha sido su objetivo declarado con pelos y señales. La justificación de la reacción se basa, por tanto, en hechos. Se trata de defender a Israel, país en el que hoy por hoy vive el 50% de la población mundial judía, y cuya población va en aumento incluso ahora cuando está bajo amenaza, porque los judíos que vivían fuera de él se sienten en mayor peligro en los países en los que viven, donde aumenta el antisemitismo y los ataques violentos a sus casas y sus negocios.  

2.     Si se compara la respuesta de Israel con otras acciones de represalia por acciones terroristas o bélicas en el último siglo, es perfectamente proporcional. El atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York no supuso una amenaza existencial para Estados Unidos, sin embargo, condujo a la invasión de Afganistán y la guerra de Iraq. Dos conflictos muy cuestionados por la opinión pública internacional, y que no fueron resueltos de manera satisfactoria. Por muy dramáticos que fueran aquellos atentados, el número de víctimas fue 2.996 personas en un país de 331.9 millones. En Israel, no nos olvidemos, murieron 1200 personas de una población de poco más de 9 millones. Ni que decir tiene que la gran mayoría de los judíos del mundo conocían o directa o indirectamente a alguien que fuera vilmente asesinado, violado, secuestrado o las tres cosas juntas, aquel aciago día de 2023. Fue, sin ninguna duda, no solo un crimen atroz sino también una amenaza existencial para el país.

3.      La justificación de acabar con los terroristas de Hamás no solo se fundamenta en los eventos del 7 de octubre. La mera presencia de un vecino que promete acabar con tu existencia, que adoctrina a los niños en sus colegios e institutos en el odio al judío, que lanza misiles diariamente hacia Israel, y que siembra su territorio de un inmenso laberinto de túneles cuya extensión es superior a la suma del metro parisino y el Tube de Londres, para poder esconder sus fuerzas y sus armamentos y entrar en territorio israelí, crea una situación de terror diario en Israel que apenas se ha documentado en medios occidentales. No en vano, más del 23 por cien de los israelíes adultos padecen de trauma postraumático por vivir continuamente bajo las bombas. Se habla poco porque el sistema de defensa israelí es tan eficaz frente a los misiles, -los israelíes, a diferencia de los gazatíes, a los que no les ha faltado dinero en ayudas precisamente, siquiera por parte del Gobierno de Israel-, invierten en su propia defensa-, sin embargo, saber que cada día te vuelves a despertar gracias a un sistema de defensa antiaérea, no es sostenible en el tiempo en ningún país democrático.

4.      Por muy censurable que sean el gobierno de Netanyahu y sus partners de coalición, -y lo son por muchas razones-, la estrategia en Gaza está siendo ejecutada por un gabinete de guerra muy capacitada, tras la formación de un gobierno de concentración, en el que sí, sigue habiendo voces extremistas, pero los que llevan la voz cantante son personas con grandes conocimientos en conflictos y que están cumpliendo con las normas por las que siempre se han regido las fuerzas de defensa del país. Tardaron varios días en iniciar los intensos bombardeos, tiempo en el que maximizaron la presión a las autoridades gazatíes, -dícese Hamás-, para que devolviera los rehenes por la vía pacífica. De hecho, si solo hubiera sido por esto y Hamás hubiera accedido a estas demandas, no estaríamos en la situación en la que estamos ahora. E Israel, cuando bombardea, avisa como ningún otro ejército del mundo a la población civil mediante el lanzamiento de folletos desde el aire y otras medidas que para los que no estamos acostumbrados a la guerra nos pueden sonar a flaco favor, pero que sí marcan una diferencia, como demuestran los datos más contrastados -no los que proporciona Hamás-, que parecen indicar que el número de bajas civiles como proporción del total es muy inferior a las cifras de otros conflictos equiparables.

5.      Ninguna baja civil en Gaza se ha producido de manera intencionada por parte de Israel. Aunque sí, con mucha intención por parte de los terroristas de Hamás, que utilizan a los civiles como escudos en sus túneles y construye “hospitales” cuya utilidad es de todo menos la de atender a enfermos. Llama la atención que un país que muchos medios occidentales definían como una cárcel al aire libre tuviera documentados 32 hospitales para una población de 1 millón. Pues, gran parte de ellos se utilizaban únicamente como base para esconder armamento, como refugio para terroristas y como herramienta de relaciones públicas muy útil para desatar una reacción internacional feroz cada vez que Israel -o el mismo Hamás como en el caso del hospital al-Ahli en cuyo patio cayó un misil de la organización islamista el pasado 17 de octubre- entrase con sus tropas a uno de estos supuestos centros sanitarios.

6.      El principal culpable de la catástrofe es, en definitiva, Hamás, que tiene como objetivo lograr el mayor número de bajas posibles para intentar quitar legitimidad a Israel. Y su estrategia está funcionando, como era de prever desde el principio. Israel está perdiendo apoyo en la comunidad internacional y ha tenido que ceder ante presiones europeas y de Estados Unidos, primero aceptando una tregua el pasado mes de noviembre y ahora mostrando mayor precaución en las últimas semanas del conflicto. Unas medidas que no siempre benefician a la consecución de sus objetivos, y que pueden incluso alargar el conflicto. Israel permite entrar a Gaza toda la ayuda humanitaria que haga falta. Otra cosa es que Hamás no permita que esta ayuda llegue a la población civil. Ahora intentan lanzar la ayuda desde el aire. Desde luego, por buena o mala sea su estrategia, no es la de un país que busca el exterminio de la población de Gaza.

Israel, como cualquier otro país democrático, y más en estos tiempos tan complejos en el orden mundial, tiene sus virtudes y sus defectos. Netanyahu no es un primer ministro que desearía a nadie, y a sus muchos defectos se suma su disposición de pactar con quien haga falta, y si es necesario con el mismo Diablo si con ello puede mantenerse en el poder. En este sentido un poco recuerda a un presidente de Gobierno que tenemos más cerca de nuestra casa, aunque este sea de izquierdas. Gaza está padeciendo una crisis humanitaria terrible, y si Netanyahu hubiera acabado antes con Hamás por otros medios, -como parece que ni él quería-, quizás hoy estaríamos en una situación muy diferente.

Las guerras son siempre horrorosas. No hay humanidad en los conflictos bélicos por mucho que se intente minimizar el sufrimiento. Pero si esta guerra no se librara ahora, es difícil imaginar como estaríamos en unos años, con un Irán nuclear y unas infraestructuras terroristas en Gaza aún más complejas de sortear. El objetivo de este post no es defender o convencer de que una estrategia u otra sea la correcta, o con qué otras tácticas se hubiera podido mitigar más el sufrimiento del pueblo palestino. Los judíos y los árabes tienen que aprender a convivir. Hoy es aún más difícil que nunca imaginar tal escenario, aunque justo los días previos a la masacre de Hamás en el sur de Israel, la aproximación entre Israel y Arabia Saudí parecía vislumbrar tal escenario. Hoy la paz está más lejos que nunca. Y es importante comprender esa realidad. Pero recurrir al lenguaje antisemita y recurrir a la palabra “holocausto” para acusar a Israel en el contexto de la guerra de Gaza es absolutamente intolerable y muestra una gran ignorancia respecto a la situación en Oriente Próximo o el papel de Israel en este conflicto.