Nos siguen
llegando imágenes horrorosas del campo de guerra, a medida que avanzan las
tropas israelíes en su misión de acabar con la organización terrorista Hamás.
Que estas imágenes nos afecten es lo que nos hace humanos. No podemos mirar
para otro lado al ver el sufrimiento de tantas personas, que han perdido sus
casas y medios de subsistencia y que están atrapados, sin poder salir ni hacia
Israel, ni siquiera hacia Egipto, país del que, hasta 1967, la franja formaba
parte.
Observar este
sufrimiento y reaccionar, reclamando a Israel que pare esta guerra, no es antisemita.
No recuerdo ninguna guerra en este siglo, en el que hayan intervenido países
occidentales, en los que no haya habido una parte importante de la sociedad opuesta
a la intervención. Incluso en el caso más reciente la guerra de Ucrania, mucha
gente, -ante todo de la izquierda- se opuso y se sigue oponiendo al envío de
armamento al país atacado. Una posición que, aunque me parece muy equivocada,
es razonable como manifestación de un pacifismo intransigente. Y pedir la paz
no es un crimen sino todo lo contrario.
Tampoco
podemos negar la existencia de numerosas razones objetivas para criticar al
actual gobierno israelí, liderado por Binyamín Netanyahu, por haber contribuido
a que lleguemos a esta situación. Sin ir más lejos, solo hay que leer diarios
opositores israelíes como el prestigioso Haaretz para ver que estas críticas no llegan
exclusivamente de voces extranjeras y para entender que oponerse a esta guerra
no es lo mismo que desear el exterminio de los judíos. El primer ministro
israelí tiene una responsabilidad clara, por haber fallado a la hora de
proteger al país ante un pogromo como el sufrido el 7 de octubre, en el que
murieron 1200 personas israelíes y 242 fueron secuestrados, por haber cortejado
a la extrema derecha en el país, y por haber sembrado una discordia en la
sociedad que permitió al enemigo creer que era un momento oportuno para atacar.
Y es
incontestable afirmar que en este momento estamos presenciando una catástrofe
humanitaria en Gaza de unas dimensiones difíciles de cifrar, y que tendrá
consecuencias a largo plazo para la región y el mundo. Las imágenes nos muestran
que el territorio ha sido arrasado por los bombardeos. La población civil carece
de casas, suministros básicos, colegios, hospitales… Es un suma y sigue de
tragedia y desesperación.
Sin embargo,
y más allá de esto, y de todos los adjetivos que se puedan utilizar para
describir la situación, hablar de “holocausto”, como veo estos días en
redes sociales, es un despropósito y una terrible ofensa, tanto a Israel como
país de plenos derechos, como hacia la comunidad judía. Las razones son muchas,
e intentaré enumerar aquí algunos de ellos:
Primero
intentemos definir a qué nos referimos cuando utilizamos la palabra, “holocausto”.
El término se refiere al intento, en gran parte logrado, de Adolf Hitler de
exterminar a toda la población judía de la faz de la tierra. Los judíos no
suponían ninguna amenaza a nadie. Ni a Alemania, ni a ningún otro país del mundo.
Como en tantos otros momentos de la historia, se utilizó a los judíos como
chivo expiatorio al que se culpó de todos los males que, en este caso, padecía Alemania en los
años 30 del siglo pasado, tras las penurias sufridas por el país como consecuencia
de las reparaciones que tuvo que pagar a los países aliados por su derrota en
la Primera Guerra Mundial, y posteriormente por el impacto de la Gran
Depresión. El exterminio de seis millones de judíos -aproximadamente la mitad
de los que vivían en el mundo en aquel tiempo- no se fundamentó en ninguna
razón más allá de la ideología trastornada del autor de Mein Kampf.
El
padecimiento de los judíos en el Holocausto no fue en absoluto un hecho aislado
en la historia. Desde el medievo están documentados numerosos pogromos contra
los judíos, que fueron asesinados cruelmente, expulsados de sus países, -como
ocurrió en España a manos de la Santa Inquisición-, y señalados como
responsables de cosas tan absurdas como haber “matado a Cristo”, muchas veces como
represalia por querer recuperar los préstamos que habían dado, de manera
perfectamente legítima, a personas de poder. Y la culpa sentida por los
alemanes y los europeos tras el final de la II Guerra Final y la creación del
Estado de Israel como hogar nacional para los judíos no fue tampoco el punto
final. No es baladí que cuando Israel ni siquiera había terminado de contar a
los muertos del ataque del 7 de octubre, y no había lanzado un solo misil hacia
Gaza, se disparó el número de ataques violentos a judíos en las capitales de
gran parte del mundo occidental.
Pero mirando el
caso concreto de la respuesta israelí en Gaza, está claro que no hay la más
mínima semejanza con el Holocausto del Siglo XX. Documentemos algunos hechos:
1. Si bien la “justificación” del
Holocausto por los nazis se basó en una ficción, las acciones de las Fuerzas de
Defensa Israelíes son una represalia por un ataque que tenía como objetivo,
como otros que ha habido a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo, destruir
el estado de Israel. Financiado por Irán, y con aliados como Hizbulá en Líbano
o los hutíes de Yemen, este ha sido su objetivo declarado con pelos y señales. La
justificación de la reacción se basa, por tanto, en hechos. Se trata de
defender a Israel, país en el que hoy por hoy vive el 50% de la población
mundial judía, y cuya población va en aumento incluso ahora cuando está bajo
amenaza, porque los judíos que vivían fuera de él se sienten en mayor peligro
en los países en los que viven, donde aumenta el antisemitismo y los ataques violentos
a sus casas y sus negocios.
2. Si se compara la respuesta de Israel
con otras acciones de represalia por acciones terroristas o bélicas en el
último siglo, es perfectamente proporcional. El atentado del 11 de septiembre
de 2001 en Nueva York no supuso una amenaza existencial para Estados Unidos,
sin embargo, condujo a la invasión de Afganistán y la guerra de Iraq. Dos
conflictos muy cuestionados por la opinión pública internacional, y que no
fueron resueltos de manera satisfactoria. Por muy dramáticos que fueran
aquellos atentados, el número de víctimas fue 2.996 personas en un país de
331.9 millones. En Israel, no nos olvidemos, murieron 1200 personas de una
población de poco más de 9 millones. Ni que decir tiene que la gran mayoría de
los judíos del mundo conocían o directa o indirectamente a alguien que fuera vilmente
asesinado, violado, secuestrado o las tres cosas juntas, aquel aciago día de
2023. Fue, sin ninguna duda, no solo un crimen atroz sino también una amenaza existencial
para el país.
3. La justificación de acabar con los
terroristas de Hamás no solo se fundamenta en los eventos del 7 de octubre. La
mera presencia de un vecino que promete acabar con tu existencia, que adoctrina
a los niños en sus colegios e institutos en el odio al judío, que lanza misiles
diariamente hacia Israel, y que siembra su territorio de un inmenso laberinto
de túneles cuya extensión es superior a la suma del metro parisino y el Tube de
Londres, para poder esconder sus fuerzas y sus armamentos y entrar en
territorio israelí, crea una situación de terror diario en Israel que apenas se
ha documentado en medios occidentales. No en vano, más del 23 por cien de los israelíes
adultos padecen de trauma postraumático por vivir continuamente bajo las
bombas. Se habla poco porque el sistema de defensa israelí es tan eficaz frente
a los misiles, -los israelíes, a diferencia de los gazatíes, a los que no les
ha faltado dinero en ayudas precisamente, siquiera por parte del Gobierno de
Israel-, invierten en su propia defensa-, sin embargo, saber que cada día te
vuelves a despertar gracias a un sistema de defensa antiaérea, no es sostenible
en el tiempo en ningún país democrático.
4. Por muy censurable que sean el gobierno
de Netanyahu y sus partners de coalición, -y lo son por muchas razones-, la
estrategia en Gaza está siendo ejecutada por un gabinete de guerra muy capacitada,
tras la formación de un gobierno de concentración, en el que sí, sigue habiendo
voces extremistas, pero los que llevan la voz cantante son personas con grandes
conocimientos en conflictos y que están cumpliendo con las normas por las que
siempre se han regido las fuerzas de defensa del país. Tardaron varios días en
iniciar los intensos bombardeos, tiempo en el que maximizaron la presión a las
autoridades gazatíes, -dícese Hamás-, para que devolviera los rehenes por la
vía pacífica. De hecho, si solo hubiera sido por esto y Hamás hubiera accedido
a estas demandas, no estaríamos en la situación en la que estamos ahora. E Israel,
cuando bombardea, avisa como ningún otro ejército del mundo a la población
civil mediante el lanzamiento de folletos desde el aire y otras medidas que
para los que no estamos acostumbrados a la guerra nos pueden sonar a flaco
favor, pero que sí marcan una diferencia, como demuestran los datos más
contrastados -no los que proporciona Hamás-, que parecen indicar que el número
de bajas civiles como proporción del total es muy inferior a las cifras de otros
conflictos equiparables.
5. Ninguna baja civil en Gaza se ha
producido de manera intencionada por parte de Israel. Aunque sí, con mucha
intención por parte de los terroristas de Hamás, que utilizan a los civiles
como escudos en sus túneles y construye “hospitales” cuya utilidad es de todo menos
la de atender a enfermos. Llama la atención que un país que muchos medios occidentales
definían como una cárcel al aire libre tuviera documentados 32 hospitales para
una población de 1 millón. Pues, gran parte de ellos se utilizaban únicamente
como base para esconder armamento, como refugio para terroristas y como herramienta
de relaciones públicas muy útil para desatar una reacción internacional feroz cada
vez que Israel -o el mismo Hamás como en el caso del hospital al-Ahli en cuyo
patio cayó un misil de la organización islamista el pasado 17 de octubre- entrase con sus tropas a
uno de estos supuestos centros sanitarios.
6. El principal culpable de la
catástrofe es, en definitiva, Hamás, que tiene como objetivo lograr el mayor
número de bajas posibles para intentar quitar legitimidad a Israel. Y su
estrategia está funcionando, como era de prever desde el principio. Israel está
perdiendo apoyo en la comunidad internacional y ha tenido que ceder ante
presiones europeas y de Estados Unidos, primero aceptando una tregua el pasado mes
de noviembre y ahora mostrando mayor precaución en las últimas semanas del
conflicto. Unas medidas que no siempre benefician a la consecución de sus
objetivos, y que pueden incluso alargar el conflicto. Israel permite entrar a
Gaza toda la ayuda humanitaria que haga falta. Otra cosa es que Hamás no
permita que esta ayuda llegue a la población civil. Ahora intentan lanzar la
ayuda desde el aire. Desde luego, por buena o mala sea su estrategia, no es la
de un país que busca el exterminio de la población de Gaza.
Israel, como
cualquier otro país democrático, y más en estos tiempos tan complejos en el
orden mundial, tiene sus virtudes y sus defectos. Netanyahu no es un primer
ministro que desearía a nadie, y a sus muchos defectos se suma su disposición
de pactar con quien haga falta, y si es necesario con el mismo Diablo si con
ello puede mantenerse en el poder. En este sentido un poco recuerda a un
presidente de Gobierno que tenemos más cerca de nuestra casa, aunque este sea
de izquierdas. Gaza está padeciendo una crisis humanitaria terrible, y si Netanyahu
hubiera acabado antes con Hamás por otros medios, -como parece que ni él
quería-, quizás hoy estaríamos en una situación muy diferente.
Las guerras
son siempre horrorosas. No hay humanidad en los conflictos bélicos por mucho que se
intente minimizar el sufrimiento. Pero si esta guerra no se librara ahora, es difícil
imaginar como estaríamos en unos años, con un Irán nuclear y unas
infraestructuras terroristas en Gaza aún más complejas de sortear. El objetivo
de este post no es defender o convencer de que una estrategia u otra sea la
correcta, o con qué otras tácticas se hubiera podido mitigar más el sufrimiento
del pueblo palestino. Los judíos y los árabes tienen que aprender a convivir. Hoy
es aún más difícil que nunca imaginar tal escenario, aunque justo los días
previos a la masacre de Hamás en el sur de Israel, la aproximación entre Israel
y Arabia Saudí parecía vislumbrar tal escenario. Hoy la paz está más lejos que
nunca. Y es importante comprender esa realidad. Pero recurrir al lenguaje
antisemita y recurrir a la palabra “holocausto” para acusar a Israel en el
contexto de la guerra de Gaza es absolutamente intolerable y muestra una gran
ignorancia respecto a la situación en Oriente Próximo o el papel de Israel en
este conflicto.