domingo, 10 de marzo de 2024

Por qué llamar “holocausto” a lo que está ocurriendo en Gaza es tan falso como lo es ofensivo a los judíos

Nos siguen llegando imágenes horrorosas del campo de guerra, a medida que avanzan las tropas israelíes en su misión de acabar con la organización terrorista Hamás. Que estas imágenes nos afecten es lo que nos hace humanos. No podemos mirar para otro lado al ver el sufrimiento de tantas personas, que han perdido sus casas y medios de subsistencia y que están atrapados, sin poder salir ni hacia Israel, ni siquiera hacia Egipto, país del que, hasta 1967, la franja formaba parte.

Observar este sufrimiento y reaccionar, reclamando a Israel que pare esta guerra, no es antisemita. No recuerdo ninguna guerra en este siglo, en el que hayan intervenido países occidentales, en los que no haya habido una parte importante de la sociedad opuesta a la intervención. Incluso en el caso más reciente la guerra de Ucrania, mucha gente, -ante todo de la izquierda- se opuso y se sigue oponiendo al envío de armamento al país atacado. Una posición que, aunque me parece muy equivocada, es razonable como manifestación de un pacifismo intransigente. Y pedir la paz no es un crimen sino todo lo contrario.

Tampoco podemos negar la existencia de numerosas razones objetivas para criticar al actual gobierno israelí, liderado por Binyamín Netanyahu, por haber contribuido a que lleguemos a esta situación. Sin ir más lejos, solo hay que leer diarios opositores israelíes como el prestigioso Haaretz para ver que estas críticas no llegan exclusivamente de voces extranjeras y para entender que oponerse a esta guerra no es lo mismo que desear el exterminio de los judíos. El primer ministro israelí tiene una responsabilidad clara, por haber fallado a la hora de proteger al país ante un pogromo como el sufrido el 7 de octubre, en el que murieron 1200 personas israelíes y 242 fueron secuestrados, por haber cortejado a la extrema derecha en el país, y por haber sembrado una discordia en la sociedad que permitió al enemigo creer que era un momento oportuno para atacar.

Y es incontestable afirmar que en este momento estamos presenciando una catástrofe humanitaria en Gaza de unas dimensiones difíciles de cifrar, y que tendrá consecuencias a largo plazo para la región y el mundo. Las imágenes nos muestran que el territorio ha sido arrasado por los bombardeos. La población civil carece de casas, suministros básicos, colegios, hospitales… Es un suma y sigue de tragedia y desesperación.

Sin embargo, y más allá de esto, y de todos los adjetivos que se puedan utilizar para describir la situación, hablar de “holocausto”, como veo estos días en redes sociales, es un despropósito y una terrible ofensa, tanto a Israel como país de plenos derechos, como hacia la comunidad judía. Las razones son muchas, e intentaré enumerar aquí algunos de ellos:

Primero intentemos definir a qué nos referimos cuando utilizamos la palabra, “holocausto”. El término se refiere al intento, en gran parte logrado, de Adolf Hitler de exterminar a toda la población judía de la faz de la tierra. Los judíos no suponían ninguna amenaza a nadie. Ni a Alemania, ni a ningún otro país del mundo. Como en tantos otros momentos de la historia, se utilizó a los judíos como chivo expiatorio al que se culpó de todos los males que, en este caso, padecía Alemania en los años 30 del siglo pasado, tras las penurias sufridas por el país como consecuencia de las reparaciones que tuvo que pagar a los países aliados por su derrota en la Primera Guerra Mundial, y posteriormente por el impacto de la Gran Depresión. El exterminio de seis millones de judíos -aproximadamente la mitad de los que vivían en el mundo en aquel tiempo- no se fundamentó en ninguna razón más allá de la ideología trastornada del autor de Mein Kampf.

El padecimiento de los judíos en el Holocausto no fue en absoluto un hecho aislado en la historia. Desde el medievo están documentados numerosos pogromos contra los judíos, que fueron asesinados cruelmente, expulsados de sus países, -como ocurrió en España a manos de la Santa Inquisición-, y señalados como responsables de cosas tan absurdas como haber “matado a Cristo”, muchas veces como represalia por querer recuperar los préstamos que habían dado, de manera perfectamente legítima, a personas de poder. Y la culpa sentida por los alemanes y los europeos tras el final de la II Guerra Final y la creación del Estado de Israel como hogar nacional para los judíos no fue tampoco el punto final. No es baladí que cuando Israel ni siquiera había terminado de contar a los muertos del ataque del 7 de octubre, y no había lanzado un solo misil hacia Gaza, se disparó el número de ataques violentos a judíos en las capitales de gran parte del mundo occidental.

Pero mirando el caso concreto de la respuesta israelí en Gaza, está claro que no hay la más mínima semejanza con el Holocausto del Siglo XX. Documentemos algunos hechos:

1.     Si bien la “justificación” del Holocausto por los nazis se basó en una ficción, las acciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes son una represalia por un ataque que tenía como objetivo, como otros que ha habido a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo, destruir el estado de Israel. Financiado por Irán, y con aliados como Hizbulá en Líbano o los hutíes de Yemen, este ha sido su objetivo declarado con pelos y señales. La justificación de la reacción se basa, por tanto, en hechos. Se trata de defender a Israel, país en el que hoy por hoy vive el 50% de la población mundial judía, y cuya población va en aumento incluso ahora cuando está bajo amenaza, porque los judíos que vivían fuera de él se sienten en mayor peligro en los países en los que viven, donde aumenta el antisemitismo y los ataques violentos a sus casas y sus negocios.  

2.     Si se compara la respuesta de Israel con otras acciones de represalia por acciones terroristas o bélicas en el último siglo, es perfectamente proporcional. El atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York no supuso una amenaza existencial para Estados Unidos, sin embargo, condujo a la invasión de Afganistán y la guerra de Iraq. Dos conflictos muy cuestionados por la opinión pública internacional, y que no fueron resueltos de manera satisfactoria. Por muy dramáticos que fueran aquellos atentados, el número de víctimas fue 2.996 personas en un país de 331.9 millones. En Israel, no nos olvidemos, murieron 1200 personas de una población de poco más de 9 millones. Ni que decir tiene que la gran mayoría de los judíos del mundo conocían o directa o indirectamente a alguien que fuera vilmente asesinado, violado, secuestrado o las tres cosas juntas, aquel aciago día de 2023. Fue, sin ninguna duda, no solo un crimen atroz sino también una amenaza existencial para el país.

3.      La justificación de acabar con los terroristas de Hamás no solo se fundamenta en los eventos del 7 de octubre. La mera presencia de un vecino que promete acabar con tu existencia, que adoctrina a los niños en sus colegios e institutos en el odio al judío, que lanza misiles diariamente hacia Israel, y que siembra su territorio de un inmenso laberinto de túneles cuya extensión es superior a la suma del metro parisino y el Tube de Londres, para poder esconder sus fuerzas y sus armamentos y entrar en territorio israelí, crea una situación de terror diario en Israel que apenas se ha documentado en medios occidentales. No en vano, más del 23 por cien de los israelíes adultos padecen de trauma postraumático por vivir continuamente bajo las bombas. Se habla poco porque el sistema de defensa israelí es tan eficaz frente a los misiles, -los israelíes, a diferencia de los gazatíes, a los que no les ha faltado dinero en ayudas precisamente, siquiera por parte del Gobierno de Israel-, invierten en su propia defensa-, sin embargo, saber que cada día te vuelves a despertar gracias a un sistema de defensa antiaérea, no es sostenible en el tiempo en ningún país democrático.

4.      Por muy censurable que sean el gobierno de Netanyahu y sus partners de coalición, -y lo son por muchas razones-, la estrategia en Gaza está siendo ejecutada por un gabinete de guerra muy capacitada, tras la formación de un gobierno de concentración, en el que sí, sigue habiendo voces extremistas, pero los que llevan la voz cantante son personas con grandes conocimientos en conflictos y que están cumpliendo con las normas por las que siempre se han regido las fuerzas de defensa del país. Tardaron varios días en iniciar los intensos bombardeos, tiempo en el que maximizaron la presión a las autoridades gazatíes, -dícese Hamás-, para que devolviera los rehenes por la vía pacífica. De hecho, si solo hubiera sido por esto y Hamás hubiera accedido a estas demandas, no estaríamos en la situación en la que estamos ahora. E Israel, cuando bombardea, avisa como ningún otro ejército del mundo a la población civil mediante el lanzamiento de folletos desde el aire y otras medidas que para los que no estamos acostumbrados a la guerra nos pueden sonar a flaco favor, pero que sí marcan una diferencia, como demuestran los datos más contrastados -no los que proporciona Hamás-, que parecen indicar que el número de bajas civiles como proporción del total es muy inferior a las cifras de otros conflictos equiparables.

5.      Ninguna baja civil en Gaza se ha producido de manera intencionada por parte de Israel. Aunque sí, con mucha intención por parte de los terroristas de Hamás, que utilizan a los civiles como escudos en sus túneles y construye “hospitales” cuya utilidad es de todo menos la de atender a enfermos. Llama la atención que un país que muchos medios occidentales definían como una cárcel al aire libre tuviera documentados 32 hospitales para una población de 1 millón. Pues, gran parte de ellos se utilizaban únicamente como base para esconder armamento, como refugio para terroristas y como herramienta de relaciones públicas muy útil para desatar una reacción internacional feroz cada vez que Israel -o el mismo Hamás como en el caso del hospital al-Ahli en cuyo patio cayó un misil de la organización islamista el pasado 17 de octubre- entrase con sus tropas a uno de estos supuestos centros sanitarios.

6.      El principal culpable de la catástrofe es, en definitiva, Hamás, que tiene como objetivo lograr el mayor número de bajas posibles para intentar quitar legitimidad a Israel. Y su estrategia está funcionando, como era de prever desde el principio. Israel está perdiendo apoyo en la comunidad internacional y ha tenido que ceder ante presiones europeas y de Estados Unidos, primero aceptando una tregua el pasado mes de noviembre y ahora mostrando mayor precaución en las últimas semanas del conflicto. Unas medidas que no siempre benefician a la consecución de sus objetivos, y que pueden incluso alargar el conflicto. Israel permite entrar a Gaza toda la ayuda humanitaria que haga falta. Otra cosa es que Hamás no permita que esta ayuda llegue a la población civil. Ahora intentan lanzar la ayuda desde el aire. Desde luego, por buena o mala sea su estrategia, no es la de un país que busca el exterminio de la población de Gaza.

Israel, como cualquier otro país democrático, y más en estos tiempos tan complejos en el orden mundial, tiene sus virtudes y sus defectos. Netanyahu no es un primer ministro que desearía a nadie, y a sus muchos defectos se suma su disposición de pactar con quien haga falta, y si es necesario con el mismo Diablo si con ello puede mantenerse en el poder. En este sentido un poco recuerda a un presidente de Gobierno que tenemos más cerca de nuestra casa, aunque este sea de izquierdas. Gaza está padeciendo una crisis humanitaria terrible, y si Netanyahu hubiera acabado antes con Hamás por otros medios, -como parece que ni él quería-, quizás hoy estaríamos en una situación muy diferente.

Las guerras son siempre horrorosas. No hay humanidad en los conflictos bélicos por mucho que se intente minimizar el sufrimiento. Pero si esta guerra no se librara ahora, es difícil imaginar como estaríamos en unos años, con un Irán nuclear y unas infraestructuras terroristas en Gaza aún más complejas de sortear. El objetivo de este post no es defender o convencer de que una estrategia u otra sea la correcta, o con qué otras tácticas se hubiera podido mitigar más el sufrimiento del pueblo palestino. Los judíos y los árabes tienen que aprender a convivir. Hoy es aún más difícil que nunca imaginar tal escenario, aunque justo los días previos a la masacre de Hamás en el sur de Israel, la aproximación entre Israel y Arabia Saudí parecía vislumbrar tal escenario. Hoy la paz está más lejos que nunca. Y es importante comprender esa realidad. Pero recurrir al lenguaje antisemita y recurrir a la palabra “holocausto” para acusar a Israel en el contexto de la guerra de Gaza es absolutamente intolerable y muestra una gran ignorancia respecto a la situación en Oriente Próximo o el papel de Israel en este conflicto.